Pablo Emilio Escobar Gaviria fue pionero en el tráfico de cocaína a nivel industrial. Conocido como “El Patrón”, dirigió el Cartel de Medellín desde la década de 1970 hasta principios de la década de 1990. Intervino en todos los eslabones de la producción de cocaína, desde la adquisición de pasta base de coca en los países andinos hasta el abastecimiento de un boyante mercado de la droga en Estados Unidos. Además, confrontó al Estado en cuanto a la extradición, demostrando que la violencia extrema puede obligar a los gobiernos a negociar.
Historia
Como la mayoría de sus socios en el Cartel de Medellín, Escobar provenía de un entorno social humilde. Abandonó la escuela porque su familia no podía costear su educación, y poco después comenzó a participar en delitos menores. Sus primeras actividades criminales fueron el contrabando de equipos de sonido y el robo de lápidas para revenderlas.
Más tarde se involucró en el comercio de cocaína, fundando el Cartel de Medellín en la década de 1970 y el Clan de los hermanos Ochoa Vásquez (Jorge Luis, Juan David y Fabio). Los hermanos Ochoa fueron inicialmente los cerebros empresariales de la organización, mientras que Escobar se encargaba de la “protección” del grupo, posteriormente se convirtió en su líder indiscutible.
Durante el auge del Cartel de Medellín en la década de 1980 y principios de los noventa, Escobar controlaba casi toda la cadena de suministro de cocaína. Supervisaba la importación de grandes cargamentos de base de coca de Perú y Bolivia hasta Colombia, donde era transformada en cocaína en laboratorios en las selvas. La droga era almacenada en Colombia, para luego ser llevada por aire a Estados Unidos. Se estima que en la década de 1980 la organización suministró más del 80 por ciento de toda la cocaína traficada al país, enviando unas 15 toneladas al día.
En este período, los secuestros realizados por grupos guerrilleros llevaron al Estado a buscar la colaboración de los grupos criminales. En 1981, el secuestro de la hermana de los Ochoa llevó a la creación de un grupo paramilitar financiado por el Cartel de Medellín, conocido como Muerte a Secuestradores (MAS).
A mediados de los ochenta, el control de Escobar sobre Medellín aumentó cuando fundó un servicio de cobro de deudas conocido como la Oficina de Envigado, una oficina en la alcaldía de Envigado, municipio vecino de Medellín donde Escobar pasó sus primeros años. Escobar utilizaba la oficina municipal para cobrar el dinero que le adeudaban los narcotraficantes, enviando sus sicarios a quienes se negaban a pagar.
A diferencia de muchos narcotraficantes de hoy, Escobar no temía alardear de sus riquezas. Se estima que, a mediados de los ochenta, su cartel obtenía ingresos semanales de unos US$420 millones, y él mismo llegó a ser incluido en lista de multimillonarios de Forbes durante siete años consecutivos, entre 1987 y 1993. Su lujosa y costosa Hacienda Nápoles albergaba un zoológico, y se dice que él comía en vajilla de oro macizo.
A pesar de su opulento estilo de vida, Escobar se presentaba como una figura populista, acosado por las clases altas debido a su origen social y sus intentos de ayudar a los pobres. Intentó agitar el sentimiento antisistema y ganarse a las comunidades desfavorecidas abriendo un zoológico público, construyendo 70 canchas de fútbol comunitarias y construyendo viviendas para los pobres.
No logró abrirse paso entre las clases sociales altas de Medellín, que rechazaron su solicitud de ingresar al principal club social de la ciudad. Sus intentos de vincularse a la élite política también fueron frustrados a principios de la década de los ochenta, cuando fue expulsado del Partido Liberal Colombiano y destituido de su escaño como representante ante el Congreso.
Estas tensiones aumentaron a mediados de la década de los ochenta, cuando el Cartel de Medellín declaró la guerra al Estado colombiano. En abril de 1984, el entonces ministro de Justicia del país, Rodrigo Lara Bonilla, fue asesinado a tiros por sicarios que trabajaban para Escobar. El Estado colombiano reaccionó firmando de inmediato la extradición de Escobar a Estados Unidos. Como respuesta, los sicarios de Escobar asesinaron a decenas de jueces y policías, así como a varios periodistas, a finales de la década de los ochenta. Durante las elecciones presidenciales de 1989, los sicarios de Escobar asesinaron a Luis Carlos Galán Sarmiento, candidato del Partido Liberal. Luego atentaron contra la vida del remplazo de este último, el candidato presidencial del Partido Liberal César Augusto Gaviria Trujillo.
Usando estas tácticas, Escobar finalmente presionó al Estado, en la Asamblea Constitucional de 1991, para que prohibiera la extradición de ciudadanos colombianos. Logró negociar su entrega a las autoridades y se pasó a vivir a una cárcel conocida como La Catedral, que fue construida por él mismo. Aquella era una cárcel solo de nombre, pues Escobar controlaba a los guardias e incluso hizo construir una casa de muñecas para cuando su hija fuera a visitarlo. El capo utilizó su primer año tras las rejas para reorganizar el Cartel de Medellín.
Pero su influencia en la organización estaba disminuyendo. El resentimiento contra Escobar aumentó cuando les empezó a cobrar un “impuesto” a los miembros del cartel, que oscilaba entre US$200.000 y US$1 millón.
Y en julio de 1992, los hombres de Escobar encontraron un alijo de US$20 millones en una propiedad de Fernando Galeano, uno de los miembros del cartel. Escobar convocó a Galeano y a otro socio, Gerardo Moncada, a una reunión en La Catedral, donde ambos fueron asesinados por dos de los sicarios de Escobar.
Al enterarse de los asesinatos, el presidente César Gaviria ordenó que Escobar fuera trasladado de La Catedral a una base militar en Bogotá. Pero el capo escapó antes de que fuera trasladado.
Finalmente, los antiguos socios criminales de Escobar se aliaron con el gobierno y desmantelaron su imperio gradualmente. Sin dinero ni suerte, y apenas con un solo guardaespaldas, Escobar fue acribillado por las autoridades colombianas en el tejado de una casa en Medellín, el 2 de diciembre de 1993.
A lo largo de los años han circulado muchos rumores en torno a su muerte. Diego Fernando Murillo Bejarano, alias “Don Berna”, exlíder paramilitar y jefe mafioso, sostiene que fue su hermano quien disparó contra Escobar.
Actividad criminal
Escobar fue fundamental para la creación del Cartel de Medellín, y para el suministro de drogas ante la creciente demanda en Estados Unidos durante la década de los ochenta.
A lo largo de los ochenta y principios de los noventa, Escobar supervisó cada paso de la cadena de suministro de cocaína, en tanto líder indiscutible del Cartel de Medellín. Su organización obtenía hoja de coca en los puntos de producción primaria en Perú y Bolivia, y la procesaba en laboratorios en las selvas colombianas; luego enviaba la cocaína a Estados Unidos, donde sus agentes la vendían en las calles.
Escobar se enfocó en los mercados internacionales de cocaína y nunca vendió la droga en Colombia para el consumo interno. Por el contrario, al principio utilizó una ruta aérea del Caribe para abastecer el mercado estadounidense.
Además, contrataba sicarios para que asesinaran a policías, jueces, políticos y periodistas. Por otro lado, el Cartel de Medellín siempre tuvo aliados de alto nivel en las instituciones de seguridad y justicia, los cuales protegían a sus miembros frente a los enjuiciamientos.
Escobar también ejerció la extorsión. Cuando estuvo en La Catedral, obtenía dinero extorsionando a otros narcotraficantes, quienes debían pagarle una suma fija cada mes.
Finalmente, Escobar era conocido por invertir las ganancias del tráfico de drogas en artículos de lujo, propiedades y obras de arte. También se dice que ocultaba su dinero en efectivo en “caletas”, y que supuestamente lo enterraba en sus haciendas y debajo del piso de muchas de sus casas.
Geografía
Escobar lideró el Cartel de Medellín, llamado así por la ciudad colombiana donde tenía su base. Sin embargo, su influencia se extendió hasta Estados Unidos, donde dirigía redes de distribución.
Medellín ha pagado un alto costo de violencia por su papel en el comercio internacional de cocaína. La tasa de homicidios de la ciudad fue la más alta del mundo durante la época de Escobar.
Para garantizar el flujo de cocaína, desde la hoja de coca hasta el consumidor final, las conexiones de Escobar se extendieron hasta los países andinos productores (como Bolivia y Perú) y a Estados Unidos y Canadá.
Buscó además refugio en Panamá —país por el que el Cartel de Medellín al parecer pasó drogas en su trayecto hacia Estados Unidos— cuando las autoridades colombianas intentaron capturarlo.
Aliados y enemigos
La exitosa carrera de Escobar en el hampa se basó en sus abundantes alianzas. Sin embargo, sus acciones y su riqueza, así como su perfil público, también le granjearon muchos enemigos, cuya eventual alianza finalmente condujo a su caída.
Los hermanos Ochoa Vásquez (Jorge Luis, Juan David y Fabio) fueron aliados de Escobar durante años. Ayudaron a conformar el Cartel de Medellín y trabajaron mano a mano con el capo de la droga para dirigir la organización. Otros, como José Gonzalo Rodríguez Gacha, alias “El Mexicano”, también ayudaron a la organización de Escobar, con hombres y apoyo logístico.
Escobar también tuvo alianzas con socios radicados en países productores andinos. Se sabe que Jorge Roca Suárez, alias “Techo de Paja”, proporcionó cargamentos de cocaína a Escobar, así como a su propio tío, Roberto Suárez Gómez, conocido como el “Rey de la Cocaína” en Bolivia.
El Cartel de Medellín también conformó alianzas con grupos mexicanos para traficar cocaína a Estados Unidos. Escobar se alió con el líder del Cartel de Juárez, Amado Carrillo Fuentes, alias “El Señor de los Cielos”, quien utilizó su flota de aviones para transportar las drogas de Escobar como parte del Cartel de Guadalajara.
Uno de los eternos enemigos de Escobar fue el Cartel de Cali, el cual cooperó con el Cartel de Medellín a principios de los ochenta, con el fin de estabilizar el mercado de drogas y dividir el territorio en Estados Unidos. Sin embargo, hacia 1988 ambos carteles ya estaban librando una feroz guerra territorial en Colombia.
Finalmente, el Cartel de Cali financió a elementos del Cartel de Medellín, los cuales se volvieron contra Escobar después de los asesinatos de Galeano y Moncada en La Catedral en 1992. Dichos elementos atacaron la estructura de apoyo de Escobar y se autodenominaron los Perseguidos por Pablo Escobar (Pepes). Un líder del Cartel de Cali, Francisco Hélmer Herrera Buitrago, afirmó que él mismo invirtió US$30 millones en la guerra contra Escobar. El principal objetivo de Los Pepes era ir tras Escobar. Estos trabajaban con el Estado, del cual recibían protección.
Entre los miembros de Los Pepes se encontraban los fundadores de lo que más tarde se denominó las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC): los hermanos Fidel Antonio Castaño Gil (alias “Rambo”), Carlos Castaño Gil y José Vicente Castaño Gil (alias “El Profe”), así como “Don Berna”, quien se vinculó a las AUC más adelante.
Los Castaño, que inicialmente fueron aliados de Escobar, se distanciaron de él por muchas razones. Entre ellas, su declarada afinidad por las guerrillas de izquierda y sus presuntos vínculos con el movimiento guerrillero M-19 y el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Por su parte, Don Berna se volvió contra Escobar después de que este matara a su jefe, Fernando Galeano. Don Berna y sus socios de Los Pepes les siguieron el rastro a la familia y a las conexiones de Escobar, y mataron a muchos de ellos. La policía utilizó a Don Berna para obtener información, lo que llevó a la captura de varios socios de Escobar, la incautación de sus propiedades y el congelamiento de sus cuentas bancarias. Don Berna afirma que él y otros miembros de Los Pepes estaban con los policías que localizaron a Escobar el día de su muerte.
Con el fin de acabar con Escobar, Los Pepes cooperaron con el Bloque de Búsqueda, una unidad élite de la policía conformada en 1989, con alrededor de 600 miembros y asentada en la Escuela de Policía Carlos Holguín, en Medellín. Cuando Escobar se entregó en 1991, los miembros de Los Pepes se dispersaron, pero se volvieron a unir tras su fuga de prisión en 1992 y lo persiguieron hasta su muerte en 1993.
Legado e influencia
La muerte de Escobar marcó el fin de una era del narcotráfico y el nacimiento de otra. El misterio alrededor del capo de la droga ha aumentado desde 1993, y en torno a su figura han circulado un sinnúmero de mitos.
El Cartel de Medellín ha desaparecido, así como la estructura que Escobar ayudó a fundar, que implicaba controlar todos los eslabones de la cadena de la droga, desde la producción hasta el comercio minorista.
Si bien el departamento colombiano de Antioquia, cuya capital es Medellín, sigue siendo fundamental para el comercio de cocaína en el país, los capos de la droga de hoy no se parecen a Escobar.
Después de la caída de Escobar se modificó la estructura del hampa de Colombia —y la de Medellín en particular—. Poco a poco pasó de ser jerárquica y dominada por unos pocos actores clave a ser más federal, fragmentada y horizontal. La “Oficina” —que se originó en Envigado— se transformó en una federación mafiosa que actualmente regula casi toda la actividad criminal en Medellín.
Es difícil identificar una figura similar a Escobar en la actualidad. No hay nadie que logre ejercer tal control en Medellín hoy en día, y mucho menos sobre una gran parte del comercio internacional de cocaína. Y cuando emerge una figura similar, suele ser identificada por las autoridades y capturada de inmediato. Actualmente, los homólogos más cercanos de Escobar serían los capos mexicanos.
Después de Escobar, ha surgido una nueva generación de traficantes “invisibles”. Estos han aprendido que ostentar un estilo de vida lujoso y recurrir a la violencia pública extrema es contraproducente. En cambio, el anonimato es su plan de protección. Esta nueva generación de narcotraficantes asume la figura de jóvenes emprendedores o empresarios exitosos. Son muy diferentes a quienes fueron dominantes en la época de Escobar.
De esta manera, la figura del “hombre del pueblo” que intentaban transmitir traficantes como Escobar se está extinguiendo. El traficante mexicano Joaquín Guzmán Loera, alias “El Chapo”, operó bajo este mismo esquema, y Nemesio Oseguera Cervantes, alias “El Mencho”, también lo ha hecho hasta cierto punto. Pero actualmente la gobernanza criminal y la lealtad se llevan a cabo sobre todo a nivel de grupo, y no por líderes individuales.
Escobar alcanzó un nivel de penetración estatal que ayudó a los miembros de su cartel a evitar la captura durante años. El hecho de que fuera elegido para el Congreso como suplente nos habla de lo profundamente que pudo lograrlo.
Los narcotraficantes continúan teniendo vínculos con las instituciones del Estado. Las élites políticas han estado históricamente vinculadas al narcotráfico y la corrupción. Otras instituciones siguen siendo penetradas por las redes criminales a un nivel más local. Los Urabeños, por ejemplo, han operado mediante redes de corrupción vinculadas a los gobiernos locales de Colombia.
La Ley de Designación de Cabecillas Extranjeros del Narcotráfico (Ley Kingpin) de Estados Unidos también puede ser considerada como otro resultado de la influencia de Escobar. Promulgada en 1999, permite “la identificación y las sanciones a nivel mundial contra narcotraficantes extranjeros cuyas actividades amenacen la seguridad, la política exterior o la economía de Estados Unidos”. Su propósito es evitar que los narcotraficantes extranjeros tengan negocios con empresas o individuos estadounidenses.
Finalmente, Escobar sigue siendo un símbolo de la narcocultura contemporánea —el “capo” en el imaginario popular—. Su nombre suele utilizarse para referirse a los capos de la droga que han dominado el mercado de la droga en ciertos países de América Latina. Sin embargo, pocos —o prácticamente ninguno— han construido un imperio de la cocaína que rivalice con el de Escobar, quien continúa inspirando numerosos libros y programas de televisión, y cuyo rostro incluso ha sido estampado en los paquetes de drogas.