Las mujeres participan en más espacios del crimen organizado en México, según un nuevo informe que destaca las consecuencias de esta tendencia para sus familias y comunidades.
El informe de International Crisis Group se basa en entrevistas con más de 70 mujeres en prisiones y centros de rehabilitación de drogas. La mayoría de las mujeres entrevistadas son madres solteras de comunidades de bajos ingresos que tienen un historial de consumo de drogas y fueron, en algún momento de sus vidas, víctimas de violencia dentro y fuera de sus hogares. Estas características comunes revelan los factores que hacen del crimen organizado una opción atractiva para un número creciente de mujeres en México.
Las mujeres suelen ser captadas por los grupos criminales a través de su consumo de drogas o de sus relaciones personales y sentimentales con miembros de estos grupos, según el informe, que confirma conclusiones anteriores de InSight Crime.
Una vez integradas en el grupo, las mujeres llevan a cabo las mismas actividades que sus homólogos masculinos, como la recopilación de información, el tráfico de drogas a pequeña escala, el sicariato y la dirección de células criminales. Otras investigaciones han descubierto que algunas mujeres incluso dirigen sus propios grupos criminales, aunque hay menos mujeres líderes criminales que hombres.
Según el informe, las mujeres no temen utilizar la violencia para avanzar en el mundo criminal, especialmente en asuntos relacionados con el tráfico de drogas. Investigaciones anteriores han hecho eco de esta afirmación, destacando los complejos roles de las mujeres como víctimas y autoras de actos violentos dentro del crimen organizado.
A continuación, InSight Crime expone tres nuevas conclusiones del informe.
Los grupos criminales ofrecen poder a las mujeres
En medio del aumento de la violencia de género en México, unirse a grupos criminales se ha convertido en una forma de que las mujeres se protejan y adquieran poder en una sociedad profundamente patriarcal en la que las instituciones estatales las dejan desprotegidas.
Entre 2019 y 2022, más de 15.000 mujeres en México fueron asesinadas por su condición de género, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Nunca antes en México se habían registrado niveles tan altos de feminicidios y violencia sexual.
VER TAMBIÉN: El aumento de los feminicidios en México está relacionado con el crimen organizado
En este contexto, los grupos criminales ofrecen a las mujeres la oportunidad de encontrar justicia y protección, así como de cosechar su propio poder. Aunque no hay datos sobre el número de mujeres activas en grupos criminales mexicanos, el número de mujeres en prisión por delitos relacionados con el crimen organizado ha aumentado del 5,4% de la población penitenciaria total en 2017 al 7,5% en 2021, según el informe.
Los investigadores atribuyeron el aumento a la falta de justicia y protección para las mujeres en México, entre otros factores. Sin embargo, el aumento no se relacionó con cambios en las políticas gubernamentales.
“Ellas están hartas de esa victimización y recurren al mundo criminal para evitarla a toda costa”, explica Angélica Ospina, autora del informe.
«Imagínate la dimensión de la violencia y la inseguridad que viven afuera del grupo que adentro les parece que ese es su lugar seguro».
Daños colaterales
La participación de las mujeres en el crimen organizado no solo les afecta a ellas, sino también a sus familias, ampliando el control que el crimen organizado ejerce sobre las comunidades en las que está presente.
La mayoría de las mujeres entrevistadas en el estudio son las principales proveedoras de sus familias, y muchas de ellas son también madres solteras. Las actividades criminales les proporcionaron los medios para mantenerse a sí mismas y a sus familias, una oportunidad que de otro modo no tendrían, ya que muchas proceden de zonas de bajos ingresos.
«Los grupos criminales también extorsionan a las chicas con que les van a hacer cosas [a sus hijos] en el futuro. Los van a reclutar o los van a matar… Entonces sus hijos son un blanco», explica Ospina.
Y no se trata solo de amenazas vacías. Muchos hijos de mujeres que participan en el crimen organizado también acaban uniéndose a grupos criminales. Esta creciente dependencia intergeneracional del crimen está contribuyendo al agravamiento de los conflictos armados en algunas partes de México, donde cada vez más niños son reclutados por los grupos criminales.
VER TAMBIÉN: Mujeres y crimen organizado en América Latina: Más allá de víctimas y victimarios
Cuando las mujeres implicadas en el crimen organizado son encarceladas, sus lazos familiares también se ven perjudicados. Al quedarse sin sus cuidadores principales, los niños cuyas madres están en prisión suelen sufrir efectos a largo plazo, como un menor bienestar socioeconómico, una mayor marginación y una mayor vulnerabilidad al crimen organizado.
Cuanto más tiempo pasan las mujeres en prisión, mayor es el impacto en sus hijos. Y las mujeres en México se enfrentan a penas de prisión más largas que los hombres acusados de los mismos delitos, según varios estudios.
«Ahí también está el tema de género. Que una mujer criminal, así no lo sea, es como una aberración y genera mucha incomodidad y entonces hay que hacer que se pudra en la cárcel», explicó Ospina.
Recomendaciones políticas
El informe identifica tres espacios en los que la intervención de las políticas públicas podría evitar que las mujeres se unan a grupos criminales y mitigar el impacto sobre ellas y sus familias.
En primer lugar, México necesita más programas dirigidos a aumentar el bienestar económico y crear programas sociales en comunidades donde el crimen organizado está llenando los vacíos dejados por el Estado. Además, los centros de tratamiento de adicciones deberían aumentar la gama de servicios disponibles para las mujeres drogodependientes a fin de prevenir la reincidencia, argumentan los autores.
«Los centros de tratamiento de adicciones son un espacio [de intervención] clave», dijo Ospina, añadiendo que las cárceles del país también lo son. Los programas de reinserción y reintegración centrados tanto en las mujeres encarceladas como en sus comunidades podrían allanar el camino.
«También hay que preparar a la comunidad para recibir de nuevo a las mujeres», dijo Ospina.